viernes, 23 de septiembre de 2011

Cuando Peque dejó de habitar en mí

Como explicaba en mi último post, no hacía ni media hora que me había acostado que noté las piernas mojadas. Encendí la luz y vi una pequeña mancha en la cama. Fui al lavabo y me limpié un poco. Era un líquido claro con algún pequeño hilo rosado de sangre. Desperté a Mr. X y le dije:

Yo: Creo que he roto aguas.

Mr. X (medio dormido): ¿Estás segura?

Yo: Pues es poca cantidad, pero pipí seguro que no es…No sé que hacer…¿Qué hacemos?

Mr. X: No sé, ¿Qué te dijeron en las clases?

Yo: Que avisásemos a la matrona para que lo valorase.

Mr. X: Pues avísala.

Yo: Ya, pero son las dos de la madrugada…

Mr. X: Pues no la llames y vamos como habíamos quedado.

Yo: Pero nos dijeron que si habíamos roto aguas era conveniente llamar.

Mr. X: Pues llama.

Yo: Vale, sí, creo que la voy a llamar.

Y mientras cogía el teléfono se volvió a dormir. Este hombre…La verdad es que me daba apuro despertar a la pobre mujer cuando aún no tenía ni contracciones, pero al fin y al cabo, si me dieron el teléfono era para algo. La comadrona (Isabel), me explicó que siendo tan poco líquido podía esperar hasta la mañana. Me dijo que en vez de estar en el hospital a las ocho fuese a las siete, así que llamé al taxi para que nos recogiese una hora más temprano y me volví a estirar en la cama con la esperanza de dormir un poco. Pocos minutos después comencé a notar las primeras contracciones dolorosas. Al principio eran cada diez minutos, muy soportables. Creo que no conseguí dormir, como mucho me relajaba y cerraba los ojos entre contracción y contracción. Dos horas después ya eran un pelín más fuertes y me tenía que incorporar para pasarlas mejor. Me había comprado una pelota de plástico para estar sentada sobre ella y hacer algunos movimientos que me habían recomendado, pero no me apetecía nada…Sobre las cinco de la mañana las contracciones ya eran cada cinco minutos. Me duché, me arreglé (sí, me pinté los ojos y todo, ¡jajaja!, soy así de presumida) y a la hora prevista llegó el taxi.

Todo era muy emocionante, mágico. A esa hora la ciudad estaba en calma y circulábamos casi en solitario. Íbamos sonrientes y cogidos de la mano. Yo nunca había sentido miedo al parto, me parecía lo más maravilloso que puede vivir una mujer (y recuerdo tener fascinación por este proceso desde bien pequeñaja).

Llegamos al hospital y una enfermera nos acompañó directamente a una sala de dilatación. Me ofreció una bata y me colocó una correa para monitorizar los latidos de Peque y las contracciones. Nos dejaron solos y comenzamos a recibir algún mensaje tempranero en el móvil (estaba prohibido usarlo, pero nos saltamos la prohibición…también estaba prohibido entrar con cámaras en el paritorio, y en ese momento me dio igual, pero hoy me encantaría tener algún recuerdo del momento).

Mientras esperábamos a la comadrona, noté alguna contracción bastante dolorosa. El monitor marcaba la intensidad de cada una y cuando la gráfica se disparaba Mr X decía: “Uy, esta es de las que duelen…”. Y yo lo corroboraba con algún gruñido e incorporándome para quedarme sentada, que es lo que me pedía el cuerpo.

A eso de las ocho llegó nuestra comadrona, Isabel. La verdad es que me pareció simpática desde el principio (y hablando un poco de todo ¡resultó ser clienta de Mr. X e incluso nos enseñó una foto de su hurona!). Me hizo un tacto y me dijo que estaba dilatada de dos centímetros, que iba a supervisar a las otras parturientas y que ya volvería. Ahí nos quedamos solitos otra vez.

Isabel volvió al cabo de un rato y me dijo que me iba a poner una vía y me preguntó si quería que me pusiese un enema. Pues a ver, alma de cántaro, ¿cómo va a apetecerme dolor de tripas añadido al dolor de útero? Le dije que mi última cena había sido de arroz y que ya había ido al lavabo, con lo que la convencí para evitar el dichoso enema. De la vía no me libré, y odio profundamente que me coloquen una (ya me han puesto varias a lo largo de mi vida y duele, duele de una forma asquerosa…). Me dijo que me quitase los anillos de la mano, pero no lo hice (llevo un anillo de mi madre, y quería llevarlo puesto). Antes me preguntó si quería hacer pipí y le dije que sí. Al lavarme vi todo el papel manchado de sangre y se lo comenté un poco asustada, a lo que me contestó: “Pues claro mujer, ¡que estás de parto!”. Ya bueno, pero yo es que soy muy naíf y pensaba que lo de la sangre se reservaba para el final…

Seguimos un ratillo más a nuestra bola y entonces Isabel entró y nos dijo que iba a ponerme un poco de oxitocina. A partir de ese momento las contracciones comenzaron a doler mucho, pero que mucho más. Yo ya había dado mi consentimiento para la epidural, y tres cuartos de hora después me la pusieron. En un tacto previo ya estaba dilatada de cinco centímetros.

Lo de la epidural tuvo tela. A mi ya me la habían colocado dos veces porque me operaron de las rodillas de jovencita, pero el procedimiento es distinto, porque en la epidural de un parto te dejan colocado un catéter (imagino que porque la duración del proceso es indeterminable). La doctora que vino a ponérmela me pidió que me quedase muy quieta, pero con las contracciones no había manera. Al final Isabel tuvo que aguantarme en posición fetal y yo me asfixiaba con el camisón…un número. La anestesista me avisó cuando ya estaba colocada y me explicó que al circular el anestésico notaría una pequeña punzada de dolor por la dilatación del espacio epidural. Pues si, lo noté. Un dolorcillo diferente para mi lista de nuevas experiencias del día. Me quedé tumbada boca arriba para que el anestésico se repartiera bien y me advirtió que podía marearme, que si me ocurría, que me pusiese de lado y la avisase.

Me estiré y me relajé mucho al dejar de percibir las contracciones, pero de pronto me entró un colocón de mucho cuidado y me estiré de lado. Avisamos a la médico por si era peligroso, pero tardo bastante en venir (si llega a ser peligroso…). Me dijo que si ya se me había pasado no ocurría nada. Los siguientes minutos fueron muy zen. Me quedé cogida de la mano de Mr. X, sentía el cuerpo tibio y me quedé medio dormida. No sé cuanto tiempo pasó, quizás una media hora…Isabel volvió y me hizo otro tacto. Me comentó que la bolsa no estaba vacía del todo, que la iba a puncionar. No me molestó, sólo noté que caía mucho líquido (lo que quería decir que antes no estaba rota, sino sólo fisurada). Volvimos a quedarnos solos. Yo a veces notaba lo que creía que eran contracciones, pero Mr. X no veía que el monitor marcase nada. Quizás el parto quedó medio parado por la epidural, no lo sé. A todo esto íbamos recibiendo mensajes de amigos y familiares y nosotros les explicábamos lo que iba ocurriendo (vamos, una retransmisión del parto en toda regla).

Un ratito después Isabel volvió y me dijo que ya estaba de ocho centímetros, así que cuando acabasen la cesárea que estaban haciendo venían a buscarme...¡Qué emoción! Y al mismo tiempo estaba tan tranquila… Mi hijo, un ser indefinido al que quería desde que había visto la rallita que indicaba su existencia, pasaría a estar fuera de mí y podría mirarlo, tocarlo, besarlo. Estaba impaciente, feliz, maravillada, contenta y nerviosa, todo al mismo tiempo.

Antes de ir al paritorio le pedí a la anestesista un chutecillo extra (tenía la jeringa colocada a mi lado y no había pedido más desde que me la habían puesto, la doctora dijo que soportaba bien el dolor si no lo había pedido antes).

Creo que salí de la sala de dilatación a las once de la mañana. Los camilleros que vinieron a buscarme eran la monda (agradecí su cachondeíto mañanero: “Veeenga, guapetona, nosotros te sujetamos las piernas y tu te vas colocando con los codos, ¿eh? Muuuuuuuuuy bien, hala, de sobresaliente, esto está tirao, ¡vamos que nos vamos!”). Mientras me colocaban en la camilla del paritorio Mr. X fue a ponerse la bata. Al volver conmigo nos fijamos en que la frecuencia cardíaca de Peque había bajado, pero no le dimos importancia.

Isabel me explicó cómo tenía que hacer los pujos y me dijo que me avisaría cuando tuviese que hacer fuerza. Yo apretaba hasta la extenuación, pero la cosa no evolucionaba mucho, ¡aunque ya se le veía la cabeza! Isabel dijo que era rubito y Mr. X fue a mirar para comprobarlo y me dijo: "Pues yo sólo veo piel arrugada...", que hombre más romántico...Seguimos un poco más, pero parecía que no avanzaba. Isabel avisó a mi gine y comenzaron a preparar el campo (paños verdes, instrumental…canguelis total) y me sondaron. Me acojoné un poco, porque de pronto vi a Isabel ceñuda. A partir de aquí mis recuerdos son de lo más confusos. Sé que Isabel se subió a mi panza mientras yo apretaba porque Peque no se decidía a salir. Yo acababa cada pujo con un gruñido del esfuerzo. La comadrona me miró y me dijo “Has de apretar con todas tus fuerzas, porque tu pequeño está haciendo el tonto”. Me quedé como en una nube, no entendía nada, creo que incluso me tumbé como noqueada. De pronto, noté el corte de la episiotomía y que me colocaban una especie de cucharas gigantes para ayudar a Peque al salir. No recuerdo un dolor concreto, pero sé que me retorcía. Isabel, el gine y Mr. X comenzaron a animarme avisándome de que ya salía ¡y de repente estuvo fuera! Isabel no paraba de decirle a Mr. X “¿Te has fijado en cómo venía?, ¿lo has visto?”. Al parecer tenía la mano en la cabeza y eso le dificultaba la salida. Mr. X nació exactamente de la misma forma (curiosa cosa que heredar...).

Yo vi a mi Peque colgando y cómo la comadrona lo cogía y lo limpiaba un poco. Me fijé en el cordón umbilical y me sorprendió ver que era mucho más blanco de lo que imaginaba. Me lo pusieron encima, pero yo estaba como ida, y ese momento que tanto había esperado, ver la cara de mi bebé por primera vez, es totalmente borroso. Creo que Mr. X me besó y me dijo que era muy guapo. Yo sé que pensé que sí que lo era y que se le veía muy sano, pero estaba medio en una nube, y además había visto de refilón la aguja e hilo que usaba el gine para coserme y madre mía, ¡ni que fuera una yegua, que cacho aguja más gorda! Vistieron a Peque a mi lado y me dijeron que ya podía subir a la habitación. Mi milagrito había venido al mundo a las once y media de la mañana. Y de Simpson nada, era, y es, el niño más guapo de mundo.

6 comentarios:

  1. Lo de las frases "oportunas" de los hombres en los partos tiene que ser un gen que se activa cuando una mujer rompe aguas, porque si no no me lo explico, me he reído mogollón con lo de la piel arrugada!
    Me ha gustado mucho tu historia. Saludos!

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  2. Jajajaja! Sí, estoy contigo, seguro que es algo genético! Nos vemos!

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  3. Una historia preciosa y tierna Mo, no esperaba menos de tí. Me ha encantado!

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  4. Mamá de parrulin, me alegro de que te haya gustado. Es un lujo tenerte de lectora!

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  5. Que hermoso relato.. me has hecho llorar de emocion al recordar los nacimientos de mis hijos.. creo que cada historia de un nacimiento es unica.. hermosa.. y sin dudas el momento mas importante en la vida !! Saludos

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    1. Creo que todas evocamos nuestros partos al oír o leer el relato de otra mujer...Me alegro de que lo hayas disfrutado!
      Un beso.

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